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El cerebro ansioso: una mirada clínica desde la neurología

Por: Dr. David Bernal Augusto Varela, Neurólogo Clínico.

La ansiedad no es simplemente una emoción transitoria o un exceso de preocupación. Es una condición que involucra mecanismos profundos de activación y reorganización del sistema nervioso central. Desde la perspectiva neurológica, es fundamental comprender que el cerebro de una persona que vive con ansiedad crónica se modifica, tanto estructural como funcionalmente. Como neurólogo clínico, he podido observar cómo estos cambios impactan en la vida diaria de los pacientes, afectando su calidad de vida, su funcionalidad y su salud integral.



En términos neuroanatómicos, la ansiedad prolongada induce una hiperactivación de la amígdala, estructura clave en la detección de amenazas. Esta hiperrespuesta emocional genera una percepción constante de peligro, incluso en situaciones neutras. Al mismo tiempo, la corteza prefrontal —especialmente su región dorsolateral, encargada de funciones ejecutivas como el juicio, el razonamiento y la regulación emocional— disminuye su actividad. El resultado es un cerebro menos capaz de controlar impulsos y evaluar racionalmente el entorno. A esto se suma la atrofia del hipocampo, estructura crítica en la memoria y la modulación del estrés, afectada por la exposición sostenida a niveles elevados de cortisol. Estas modificaciones no son abstractas: pueden observarse mediante estudios de neuroimagen funcional, como la resonancia magnética funcional (fMRI), donde es posible visualizar redes neuronales alteradas en pacientes con trastorno de ansiedad.

Desde el punto de vista neuroquímico, existe un desbalance en neurotransmisores esenciales como la serotonina, el GABA y la norepinefrina. La serotonina, relacionada con la estabilidad emocional, tiende a estar disminuida. El GABA, principal neurotransmisor inhibidor del sistema nervioso, pierde efectividad, favoreciendo una activación excesiva. La norepinefrina, en cambio, suele estar aumentada, lo cual mantiene al organismo en un estado constante de alerta fisiológica. Este cóctel neuroquímico sostiene una respuesta disfuncional que el cuerpo aprende a normalizar, generando una nueva línea base donde la ansiedad es el punto de partida.

Frente a esta realidad, una de las mejores noticias que puedo dar como médico es que el cerebro tiene la capacidad de reentrenarse. Gracias al principio de neuroplasticidad, el sistema nervioso puede reorganizarse y recuperar funciones alteradas si se le brindan los estímulos adecuados. Las herramientas terapéuticas que recomiendo habitualmente tienen base científica sólida: la terapia cognitivo-conductual fortalece los circuitos prefrontales; la respiración consciente, el mindfulness y las técnicas de meditación reducen la hiperactividad amigdalar y activan el sistema nervioso parasimpático; el ejercicio físico aeróbico regular favorece la liberación de neurotransmisores como endorfinas y regula el tono vagal; y un sueño de calidad —no solo en duración, sino en arquitectura— permite restaurar circuitos cerebrales comprometidos. A esto se suma la importancia de evitar sustancias como alcohol o cafeína en exceso, ya que actúan directamente sobre los sistemas de alerta y modulación emocional.




Ignorar un estado ansioso sostenido no es inocuo. La evidencia clínica muestra que un cerebro en constante activación puede evolucionar hacia trastornos como la depresión, el pánico, el insomnio crónico, o incluso manifestaciones somáticas como disautonomía, colon irritable o dolor crónico. Uno de los fenómenos más frecuentes que observo es la habituación al malestar: pacientes que llegan a consulta pensando que vivir tensos, angustiados o con pensamientos intrusivos es “parte de su personalidad”. Esto no es verdad. La ansiedad no tratada puede cronificarse y volverse un estilo de vida, pero eso no significa que sea normal ni irreversible.

Con frecuencia recibo en consulta a personas que dicen: “Doctor, siento que mi cerebro no funciona bien, me despierto ansioso, no descanso y todo me sobrepasa.” Y mi respuesta es clara,  tu cerebro no está roto. Está sobreestimulado, desregulado, saturado. Pero puede volver a equilibrarse. El primer paso es reconocer que esto tiene una base neurobiológica real y el segundo, buscar ayuda profesional. No se trata de fuerza de voluntad ni de “echarle ganas”, sino de intervenir con estrategias adecuadas, basadas en ciencia.

La ansiedad crónica reconfigura el cerebro, pero también puede revertirse. No es un fallo del carácter, es una condición tratable. Como neurólogo, insisto: si tu sistema nervioso está sobrecargado, hay forma de restaurarlo.

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